Las imágenes son impactantes, ciudades enteras sumergidas bajo el agua, bebés rescatados en helicóptero, personas en búsqueda de animales, equipos de rescate y ciudadanos navegando por las calles de Porto Alegre, la capital del estado de Rio Grande do Sul, ahora inundada por el desbordamiento del río Guaíba el 5 de mayo de 2024.
Las lluvias torrenciales han devastado el estado brasileño, dejando un rastro de destrucción y desplazando a más de 20.000 personas. Con más de 30 muertes confirmadas y decenas de desaparecidos, las autoridades se enfrentan a una tragedia sin precedentes.
Pero estas inundaciones, aunque horribles, son solo un eslabón en una cadena de desastres naturales que han azotado América Latina en los últimos años. Desde huracanes hasta sequías, la región está experimentando una serie de eventos climáticos extremos que destacan la urgente necesidad de replantear las políticas de preparación para desastres.
Los gobiernos y la ciudadanía deben fortalecer sus sistemas de preparación y elaborar planes de emergencia más sólidos, ya que estos eventos antes impensables están ocurriendo con mayor frecuencia. Brasil, por ejemplo, ha experimentado una disminución del 80% en el gasto federal en la prevención y recuperación de desastres naturales desde 2013, lo que resalta la necesidad de una respuesta más eficaz y coordinada.
Si bien América Latina no tiene el monopolio de las condiciones climáticas extremas, es una de las regiones más vulnerables del mundo debido a su rica biodiversidad, densas poblaciones urbanas y limitaciones fiscales. Es fundamental que los países de la región inviertan en medidas de preparación para desastres y adopten políticas que mitiguen los riesgos climáticos.
Las inundaciones en Brasil son un recordatorio doloroso de la importancia de estar preparados para enfrentar los desafíos del cambio climático. Es hora de que los líderes políticos de la región tomen medidas concretas para proteger a sus ciudadanos y garantizar un futuro más seguro y sostenible para todos.